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MY FAIR LADY

 

 

 

 

 

“My fair lady” no es una película, es un regalo. Un maravilloso presente surgido de la unión de dos genios a los que les unía un gusto exquisito: George Cukor & Cecil Beaton. Es la sabiduría de estos dos gigantes hace de este musical una obra imperecedera, presidida por una elegancia que solo Hollywood sabía hornear y aquí está con todos los elementos perfectamente engrasados dando lo mejor de sí, en el que posiblemente es el último musical clásico que se ha realizado. De hecho, cuándo se realizó el género musical estaba en franca decadencia y podemos ver esta película como la última y genial muestra de resistencia antes de que este género mudara totalmente para adaptarse a los cambiantes gustos de un público que comenzaba a vivir la liberadora década de los 60. Desde siempre hubo un rico trasvase entre Broadway & Hollywood. Los éxitos de la primera, más pronto que tarde, eran adaptados a la gran pantalla empaquetándolas en productos de una factura impecable que obviaba todas las limitaciones propias del teatro. “Pygmalion” había estado en la mente de varios compositores que nutrían Broadway; pero no fue hasta que llegó Alan Jay Lerner, autor de otros musicales como: “Un americano en París,” “Brigadoom,” “Camelot,” que este propósito se consiguió definitivamente con un éxito notable; y ya se sabe, cuando el éxito llama a la puerta el agudo olfato de Hollywood no tarda en aparecer. En este caso fue el patrón, Jack L. Warner, el que tomó la decisión pagando 5 millones de dólares por los derechos, todo un récord para la época; pero también tomó otra por la que le estaremos eternamente agradecidos: contratar a Audrey Hepburn para el papel principal en detrimento de Julie Andrews que lo interpretaba junto con Rex Harrison en Broadway. Como decía, “My fair lady” es la mejor muestra de dos genios. Todo su buen hacer impregna la película. Empecemos por C. Beaton, que es el responsable de todo el empaque visual de la película pues diseñó no solo el vestuario sino también los fabulosos decorados. Ya en la secuencia inicial vemos la primera muestra de su genio: la salida de Covent Garden. Un decorado maravilloso, sombrío, pero no tétrico, es el telón de fondo sobre el que desfila la portentosa imaginación que tenía para el diseño de vestuario: una rica gama de vestidos, cada cual más asombroso, que retrata perfectamente esos dos mundos que colisionarán en la película. Otra secuencia maravillosa es la que retrata la visita al hipódromo de Ascot, con una gama de colores mínima, el blanco y negro, reinando sobre esa maravillosa muestra una Hepburn que nunca estuvo más elegante. Toda su exhuberancia, su exquisitez, se encuentra en esta película más destilada que nunca, pues tenía a la mejor maniquí sobre el que posar sus creaciones. Ese refinamiento tan presente en la película tenía al mejor apóstol en las manos de George Cukor. Esta es la última gran muestra de su genio, que se acomodaba mejor al viejo sistema de los estudios que al que empezaba a imperar en esa década. La dirección del reparto es, como en todas sus películas, exquisita; pero es en la parte técnica donde descubrimos ese genio que tenían los directores clásicos para situarte en primera fila. Cukor resuelve la mayoría de las secuencias utilizando planos largos, generales, sobre los que casi te acercan a lo que podías haber contemplado en el teatro, mostrando la grandeza que tiene el cine dotándolo de una vida que fluye con armonía, en planos bastante complicados.

El reparto, como toda obra maestra, espectacular. R. Harrison ya interpretó a H. Higgins en el teatro. El retrato que hace del misógino y solterón empedernido es una recreación espectacular, incluso el modo de recitar las canciones, no canta, sino que cambia el tono para declamar, seguro que le sirvió para ganar el Óscar de ese año a la mejor interpretación. No corrió la misma suerte A. Hepburn, que ni siquiera fue designada, otra de las mayores injusticias de los Óscar, al final sería J. Andrews la que se lo llevó por “Mary Poppins”, Audrey sí fue doblada...-Marnie Nixón fue la encargada, aunque la voz de la Hepburn se puede escuchar en algunas partes. Ella había grabado todas las canciones pensando que sería su voz la que finalmente se utilizaría; aún así, la actuación suya es de órdago, recomiendo verla en VO, para ver el modo de hablar de las dos Eliza Doolitle que interpreta y todo el encanto de esta gran actriz está aquí expresado desde una altura asombrosa, sin perder esa inocencia que siempre la escoltaba. A lado de estos, toda una galería de secundarios, empezando por Stanley Holloway que interpreta al padre de Eliza, Wilfrid Hyde-White, como el coronel Hug, o Mona Washbourne como la Sra. Pearce. En resumen, “My fair lady” es la sofisticación hecha cine, o quizá una de las obra de arte más sofisticadas que ha dado la industria en toda su historia. Así que siéntate: Eliza Doolitle malvive vendiendo flores, el azar la lleva a cruzarse con el arrogante, irascible y misógino, Profesor Henry Higgins… Lo demás ya es historia....Una auténtica obra de arte en todos los sentidos. La mejor adaptación posible del Pigmalion de George Bernard Shaw. Y permítanme que discrepe en que sólo sea espectacular en el aspecto técnico, los maravillosos decorados y el diseño de vestuario de Cecil Beaton, la irrepetible partitura de Alan J.L. Warner y Frederick Loewe con arreglos del gran Andre Previn.

 

En el terreno artístico tenemos un impresionante reparto encabezado por ese maravilloso actor británico que es Rex Harrison,  y que parece nacido expresamente para interpretar al Profesor Higgins. La maravillosa Audrey Hepburn, que pasó un rodaje durísimo, primero al ser escogida por delante de Julie Andrews para el papel.... Quiero explicaros que Andrews era Eliza en el teatro junto a Harrison, pero la productora se la jugó injustamente, no le otorgo el papel en la cinta.....Y segundo por la enorme presión mediática que se ejerció sobre ella cuando se supo que Marni Nixon la doblaría en las canciones. El tiempo ha quitado la razón a los que la criticaron en su día, hay que ver cómo interpreta Audrey a Eliza Doolittle, sobre todo en la segunda parte de la obra, cuando se enfrenta a Higgins y demuestra toda la fuerza que lleva dentro, y además su belleza que queda plasmada en la secuencia de las carreras de Ascot con aquel enorme sombrero. Stanley Holloway maravilloso como el padre de Eliza, y qué resto de secundarios, Gladys Cooper como la señora Higgins, el británico Wilfrid Hyde White como el impasible coronel Pickering, Jeremmy Brett, cantando a Audrey en la calle donde ella vive...Y es que, con un maestro como George Cukor dirigiendo tal reparto solo podría salir algo maravilloso. En fin, que peliculón, para mí entre las mejores de todos los tiempos, con "My Fair Lady" pasa como con "Casablanca" o "Lo que el viento se llevó", que es una obra maestra que ha ganado con el paso del tiempo y que no te cansas de ver una y otra vez. La magia de esta película suscitó en su época, y en épocas posteriores mucha controversia, adorándola y odiándola a partes iguales. Cukor y el fotógrafo Cecil Beaton construyeron una deliciosa cinta llena de magia visual y sonora, con unas actuaciones realmente destacables, sobre todo del trío protagonista, y con una magnífica restauración de decorados diseñados por Beaton, con aportaciones de Cukor, representando con magia exclusiva, los escenarios de la maravillosa ciudad de Londres...

 

Y precisamente todo se inicia en uno de esos sitios legendarios de la ciudad inglesa, en concreto el mítico Covent Garden, donde nuestra protagonista, una deliciosa y siempre cautivadora Audrey Hepburn, interpretando el papel de Eliza Doolittle, una vendedora de flores, de carácter rudo y maneras aún más toscas, se encuentra en una fría y lluviosa noche con nuestros otros dos protagonistas, saliendo de una ópera de los alrededores...Así, un misógino y clasista profesor de fonética británico para quien el origen de la existencia de clases está en la pronunciación, prosodia y vocabulario de la lengua materna utilizada, el profesor Henry Higgins  y un misántropo coronel del ejército británico y estudioso de las lenguas exóticas, coronel Pickerling apalabran una curiosa apuesta que implicará de lleno a nuestra deliciosa protagonista llevando la cinta en todo momento a situaciones y escenarios mágicos que permanecerán imborrables en la retina del espectador una vez acabado su visionado. Con inolvidables momentos como la asistencia y presentación en sociedad de Eliza en Ascott , o el baile en la embajada en honor de la reina de Transilvania,... pasando también por la maravillosa aportación del padre de la protagonista Alfred Doolitlle y su inolvidable "...with a little bit of luck...", o su discurso sobre los prejuicios y ataduras de la mediana y alta burguesía respecto a los de su clase original; los humildes. Realmente inolvidable y deliciosa película, que si bien arrebató los honores a mi admirable "Dr Strangelove" de Kubrick, no guardo ningún resquemor contra ella, todo lo contrario. Le estaré eternamente agradecido..por tan grande obra de arte.

 

 

 

Me sería mas fácil empezar hablando de las virtudes de "My fair lady", porque es una película extraordinaria, pero entiendo que lo más interesante de estas críticas es intentar dar razones para que los demás puedan disfrutar como nosotros con las películas tenemos grabada en la mente. El ingrediente fundamental de un musical son las canciones. Y, si en esto nos fijamos, "My fair lady" tiene, seguramente, el catálogo de melodías más inolvidable de todo el género. Citemos como ejemplos "Wouldn´t it be loverly?", "On the street where you live", "The rain in Spain",-candidata para la lista de las 100 mejores canciones del American Film Institute- , además esta canción es, para mí, una de las cumbres del musical, que entronca con otros números míticos como "That´s entertainment" de Melodías de Broadway 1955 o "La noche en que inventaron el champán", de Gigi, en cuanto supone el cambio de humor de algún personaje abatido, cansado o aburrido, que pasa, por momentos, a través de la música, a un estado de euforia y alegría contagiosa. Por otro lado, una de las críticas más absurdas de los detractores de "My fair lady" es que es un musical empalagoso. Yo, personalmente, no lo veo por ningún lado. Para mí empalagosa es una película con continuas escenas de los protagonistas haciéndose arrumacos. Pero esa posibilidad se desvanece con un protagonista tan sobrio como Rex Harrison y con un personaje como el suyo, que no reconoce su amor sino a regañadientes. Por tanto, "My fair lady" tiene un romanticismo transparente, mostrado en pequeños detalles como la secuencia en que antes de salir para la fiesta, el profesor Higgins, que no había hecho caso a Eliza, la toma finalmente del brazo, arrancando la felicidad de ésta. Se podría hablar de muchas más cuestiones como la dirección de George Cukor, el trabajo de Cecil Beaton, los estupendos secundarios, pero simplemente pretendo puntualizar una película como ésta, un film que, sin duda, está en la cima de aquel género maravilloso que fue el musical americano.

MY FAIR LADY es de esas películas que uno no puede juzgar con objetividad. Está teñida de emociones, de recuerdos... Me pasé la adolescencia oyendo todas las canciones de la película, en su versión castellana. La vi siempre que la pasaban por televisión, e incluso asistí a uno de sus reestrenos en pantalla grande. Posee números musicales memorables, y la elegancia inimitable de Rex Harrison. Eso, y la belleza intemporal de Audrey. Esa cara angelical que canta, en la cama, no podrá dormir en toda la noche... Es una de las secuencias más bellas en la Historia del Cine. Estoy de acuerdo en que es unos de los mejores musicales de todos los tiempos, una película sobresaliente en todos los aspectos. Ahora bien, observo que muchas críticas atribuyen el estilizado aspecto visual de la película a Cecil Beaton. Pues según se asegura en el comentario técnico del dvd, Beaton solo diseñó el magnífico vestuario, pero todo el aspecto visual de la película, incluyendo los fastuosos decorados, debe ser atribuido a Gene Allen y a Jorge James Hopkins, directores artísticos, así como a Harry Stradling, director de fotografía. Todos ellos obtuvieron un oscar. También debo decir que me ha parecido apasionante comparar las esforzadas versiones cantadas por la propia Hepburn que se incluyen en los extras del dvd, y las magníficas versiones dobladas que finalmente aparecieron en la película, y por cuya interpretación ni siquiera aparece acreditada la cantante profesional que las interpretó. En cuanto a la surrealista versión española, es que una película que hay que verla en versión original y preferiblemente sabiendo algo de inglés, para poder apreciar las implicaciones idiomáticas y fonéticas. Porque si no, en vez de "The rain in Spain" te quedas con "La lluvia en Sevilla", y a partir de ahí la dualidad entre inglés de clase alta y "cockney" queda desvirtuada con ese contraste entre un "habla del populacho" inventada por los dobladores.

 

 

En aquella época hacer un musical sin duda estaba de moda y además se llevaban todos los premios como es el caso de "Gigi", "Un americano en París", "Sonrisas y lágrimas", y por supuesto "My Fair Lady". Todas ellas ganaron el premio a la mejor de todas en sus respectivos años, pero yo personalmente creo que ésta última es muy superior... Posee una frescura, una agilidad narrativa que la hace amena y digerible en sus casi 3 horas de duración. Es la historia de "Elisa", una joven que vende flores y al ser de la clase baja habla muy mal por lo que recurre a un profesor de trayectoria para que le enseñe modales para ser una verdadera dama. Entre tanto, el profesor y un amigo suyo apostarán que dentro de 6 meses nuestra protagonista será una dama al nivel de una princesa de la alta sociedad y cuya prueba final para demostrarlo será una fiesta con la realeza. La historia tiene bastante similitud con "Gigi" pero definitivamente la cinta de Cukor la supera. Una banda sonora notable, un vestuario digno de las grandes películas de época y unas actuaciones deslumbrantes hacen de este film un verdadero clásico e ícono de los sesenta. Lo que hace sonreír también hace sufrir en esta obra teatral en la que un hombre de enorme talento como George Bernard Shaw, adalid de las causas sociales y de la defensa de la independencia de la mujer, no pudo modificar o no supo corregir el rumbo de la historia y de sus propios intereses sociales y sentimentales frente al irresistible y peligroso encanto femenino. Otros dramaturgos sí se atrevieron a dar un paso más; por ejemplo, el sueco Strindberg  asegurando que la mujer era un demonio castrador del que había que huir de cualquier modo, o bastante antes el noruego Henrik Ibsen. quien nada menos que en 1879 planteó la independencia absoluta de la mujer en Casa de muñecas, probablemente la obra que dió comienzo al teatro moderno. Pero Bernard Shaw que había llegado a resolver satisfactoriamente para el sexo femenino disputas graves entre madre e hija en La profesión de la señora Warren, escribió Pigmalión aprovechando el mito griego de Galatea, bellísima escultura que cobra vida ante la pasión de su observador. En el manuscrito original de esta pieza teatral convertida en musical que se representa en todo el mundo constantemente, Bernard Shaw deja dos finales: el que todos conocen y otro, ideal, que nunca se representó. Quien vea la película se dará cuenta de qué hablo: de amor con pantuflas. Pero lo más importante es que el prototipo masculino, rico e intelectualmente sabio, es emocionalmente un adolescente maleducado que no sabe expresar sus emociones... Y aquí llega George Cukor, un hombre de vida sentimental homosexual que supo como nadie en el cine comprender y adorar a las mujeres, y es capaz de dar precisa, elegante, emocionante forma cinematográfica a esta obra aparentemente corriente y sin embargo profunda, bellísima en todas sus facetas e incluso en su dulce y amargo final.

Los años 60 eran poco propicios para el género musical, tal vez por eso resultó ser buen momento para que las excepciones sobresalieran sobre las producciones convencionales. Con MY FAIR LADY se hizo evidente una vez más que al autor de títulos como HISTORIAS DE FILADELFIA, le interesaban más los personajes y las situaciones que las propias historias. Y eso que esta vez se trataba de llevar a la pantalla Pygmalion,  que anteriormente fue un clamoroso éxito sobre los escenarios teatrales. El tiempo ha engrandecido este musical atípico. La película de George Cukor se presenta como una sustanciosa comedia que ilustra el poder terapéutico del lenguaje a la vez que da una elegante versión de Frankenstein en la que el lingüista Henry Higgins, se empeña en esculpir a una delicada criatura llamada Eliza Doolittle a partir de la vulgaridad de la calle. Julie Andrews como todos sabemos la representó en Broadway.... pero al ser adaptada al cine, fue el nombre de Audrey Hepburn, más conocido y atractivo con vistas a la recaudación, el que relució para asegurar el éxito. La metamorfosis que teje el profesor Henry Higgins sobre Eliza Doolittle es absoluta. Cuesta trabajo pensar que una mujer pueda llegar a dejarse moldear como lo hace Eliza. Si he de ser sincero, el machismo que se respira hasta la última escena es algo que me pone nervioso, pero me calmo cuando pienso en la típica excusa de: "eran otros tiempos", otras formas... entonces me concentro en lo que realmente me interesa: estructura de guión, recursos, lenguaje cinematográfico. La puesta en escena de la película es digna de mención Cecil Beaton, fotógrafo y mago, supo crear y plasmar como nadie todas y cada una de las escenas de MY FAIR LADY. No puedo relegar al olvido, o  a segundo plano, el trabajo que realizó Stanley Holloway en su papel de Alfred P. Doolittle, el canallesco padre de la chica, un truhán acostumbrado a alimentarse del aire y a flotar entre la mugre, que reivindica con bastante gracia su derecho a la pereza.

Ahora que Hollywood ha vuelto a reconocer el género, los estudios han vuelto a poner sobre la mesa dinero para producir coreografías con las que sentir alas en los pies. Como bien conocemos hoy los éxitos conseguidos por MOULIN ROUGE, CHICAGO y sobre tosos EL FANTASMA DE LA ÓPERA, de Joel Schumacher-. Todo un gran musical, una historia divertida sobre el mundo marginal de Londres hace más de un siglo, donde las clases sociales estaban muy definidas de antemano. A parte de la historia social y lingüística que todos conocemos, se ha hablado muy poco de un tema peliagudo que aparece levemente desarrollado durante la película y que al final de ella da claros brotes de intencionalidad. Me estoy refiriendo a la relación amorosa entre los dos protagonistas, y concretamente a las dos últimas escenas. Higgins siempre aduce que no soporta a las mujeres, y Eliza  aguanta todo tipo de desdenes. Se produce así un parelelismo entre la relación profesor-alumna inicial y lo que se ve al final. Son en estas dos últimas escenas donde el lenguaje da un giro inesperado, cargado de confesiones morbosas que no dejarán indiferente al espectador ante tanta sinceridad sexual. Una clara relación pasional y tortuosa al descubierto en la que parece que ninguno de los dos encaje en los deseos del otro, pero que finalmente queda resuelto por la atracción de los polos. Este final es una manipulación de su original, Pigmalión, donde no existe tal desenlace. Éste es más romántico y pasional pero oculta narrativamente una presunta homosexualidad de su protagonista, bien por cuestiones tanto contextuales de la época como del propio autor, Bernard Shaw. Creo que podrán encontrar algunas pistas de ello durante la película, y espero que la disfruten mucho. Que mas puedo decir de esta maravilla. Como digo en el título, confluyen aquí varios de los mas grandes maestros del género. Audrey está espléndida en su papel, como siempre, dando esa imagen de belleza delicada y frágil, envuelta en todo el glamour de sus trajes. Creo que no sería posible hacer esta película sin un inglés tan al uso como Rex Harrison, paradigma de la perfección y la educación inglesas. La música corre a cargo de el gran Loewe, artífice de varios de los grandes musicales de la historia. los decorados magníficos, y los números musicales extraordinarios. La única nota negativa la saco del doblaje. Es una verdadera pena que doblen las canciones de esta película, aunque afortunadamente podemos adquirirla en versión original....Si no la han visto, véanla ya, y si la han visto, véanla otra vez. Solo un consejo mas, véanla en ingles, disfrutarán con la espléndida pronunciación de Rex.

 

¡Maravillosa, llena de emoción y ternura!

 

 

 

Genial, maravillosa, increíble... Probablemente mi opinión no es objetiva, pero es que es una delicia. En mi casa ha sido proyectada y visionada por cada uno de los miembros de mi familia. Puedo decirles con orgullo que he visto esta película más de 20 veces y creo que me quedo corto. Y sí, es cierto que a estas alturas de mi vida no puedo resistirme a cualquier film en el que aparezca Audrey Hepburn, porque siempre ha sido una de las grandes. Exquisito elenco de actores, maravillosas interpretaciones musicales, vestuario, argumento, guión. Divertida y emocionante, con una historia que ya se ha visto en muchas películas pero que en este caso es diferente. Totalmente recomendada a cualquier tipo de público y no podrán resistirse a pronunciar la mítica frase: "La lluvia en Sevilla es una pura maravilla", se lo aseguro. Merecidísimo Oscar para Audrey en esta película, que le fue arrebatado por Mary Poppins, no comparable con el papelón de Elisa Doolitle. A pesar de su inmenso éxito popular y su indiscutible encanto, My fair lady se confronta a las categorías de la más elevada crítica de cine con la misma ineficacia que Eliza Doolittle ante los snobs del hipódromo de Ascot, en su primera presentación en sociedad: desde luego no puede considerarse una obra personal de su director...pues es merito de muchos...  Entre estilizados vestidos y decorados, pegadizas melodías y la belleza intemporal de Audrey Hepburn, My fair lady destaca por su habilidad para tratar temas complejos de forma precisa y siempre elegante.

La película se burla de muchas cosas: desde el clasismo inglés, tan profundamente unido a la pronunciación de una lengua que admite a ese respecto, hasta el narcisismo de los hombres, niños extraviados en sus juegos eruditos, capaces solo de enamorarse de su propia obra. A diferencia de ejemplos posteriores en que la cultura popular necesita reafirmarse derribando a su rival, la ironía en este caso no apunta a la cultura elitista, sino al elitismo que se ampara en la cultura. Por otra parte, la sátira no se limita a la clase alta sino que se aplica también al instinto conservador de la burguesía, como se ve en el personaje simbólico de Mr. Doolittle, que pierde su libertad de espíritu en cuanto adquiere un cierto patrimonio. El ascenso social de los Doolittle pone a prueba la rigidez de la estructura de castas de la Inglaterra victoriana y demuestra que la desigualdad entre los humanos puede zanjarse de dos maneras: a través de la educación, o del azar. Las canciones no interrumpen sino que forman parte esencial del desarrollo de la acción, puesto que solo cuando cantan los personajes se libran a sus sentimientos íntimos, dejando atrás sus prejuicios y hábitos de comportamiento: se diría que ellas permiten que esos sentimientos, pese a sus contradicciones, se impongan a la vanidad y que la unión de contrarios pueda felizmente tener lugar.

 

 

 

 My Fair lady no es solo un musical, es una gran película que no ha envejecido nada y que sigue creando el mismo impacto que tuvo en su día.

 

 

Hablar de la historia del cine musical es hablar de My Fair Lady. La grandeza de esta película ha trascendido al tiempo, en la historia del cine, en las innovaciones técnicas del género y en las muchas adaptaciones posteriores del mito Pigmalión. My Fair Lady, uno de los últimos coletazos del Hollywood dorado, es la demostración de una clase de cine, muerto hoy en día, de la manera en que se enfocaba una historia, una producción y un mito. My Fair Lady es grande, grandiosa, un espectáculo para los sentidos, una producción apabullante, con una música inolvidable, y con uno de los mejores diseños de vestuario que ha habido en la historia del cine. Puede que el gran error de My Fair Lady sea querer hacerle una lectura social o moral a la historia, por un lado muy superficial en cuanto a la diferencia de clases y género, y por otra bastante misógina vista hoy en día. Pero estamos hablando de un musical clásico, una producción cuyas metas son emocionar desde la belleza y la grandeza de su producción, de su música, de una manera de hacer cine que hoy no podemos encontrar. George Cukor, uno de los más impecables directores que haya dado Hollywood, nos lleva por un largo, persistente y divertido camino, donde el exigente propósito es lograr que la pobre joven se convierta en una dama de buen gusto y expresión, que pueda ingresar de manera creíble en un baile de embajada con la nobleza de Transilvania. Una lección de fe en el otro, de superación, autoexigencia y compromiso ferviente con aquello que se desea, queda bellamente plasmada. Y entre gratas canciones, uno que otro alegato contra el matrimonio y en beneficio de la eterna soltería, salen muy a pulso para justificar la despedida de un rezagado que, quizás, esté a punto de pasarse al otro bando.

 

 

Obras como éstas, nos apegan cada día más al arte cinematográfico…Una verdadera obra de arte

 

A la hora de juzgar esta película, sería conveniente tener en cuenta las reglas de la comedia musical, sin caer en la errónea miopía de la superficialidad de la trama, que esconde reflexiones como: la soledad, la misoginia, la importancia de la cultura como enriquecimiento espiritual del ser humano, las diferencias de clase social, para terminar planteándonos la pregunta clave que encierra esta grandiosa obra, pues al final… ¿Quién a cambiado a quién? Se trata pues, de una comedia musical mítica, de las mejores de la Historia del cine que gana prestigio con el paso de los años. Un apasionante universo de la peripecia humana contada sin estridencias, sin vulgaridad y sin aspavientos. Vincente Minnelli estuvo a punto de filmarla, pero George Cukor demostró cómo se podía hacer un musical distinto a todos. Desde esos títulos de crédito en que las flores en todas sus variedades colores y formas, adquieren protagonismo, la pantalla panorámica se llena de distinción y elegancia. Y es que, hasta la guerra de sexos podía recrearse en las carreras de Ascot, durante una de las mejores, lujosas y divertidas secuencias, síntesis ejemplar de las cualidades plásticas de la película producida por Jack L. Warner que la convirtió en una gran superproducción. Su argumento es sobradamente conocido, incluyendo una oda a la comunicación mediante la lengua de Shakespeare y su correcta dicción. Brillante el agudo retrato de personajes y la coreografía musical, es que me resulta imposible encontrar algo negativo al film. Una obra mágica donde se dan cita la letra y música, con un puñado de canciones inolvidables, la fascinante fotografía de Harry Stradling, un maravilloso diseño de producción recreado en Estudio – pues ya no existía casi nada del Londres al que alude el dramaturgo –, plena de cromatismo y depurada técnica estilizada, gracias a un majestuoso pulso narrativo del veterano George Cukor supo inyectarle al film una gran humanidad.

 

Es en "Just You Wait" en sus 2 versiones de la película donde se puede apreciar en todo su esplendor la vóz inconfundible de Audrey Hepburn, siempre dulce, delicada y se nota el gran trabajo de vóz de la actriz. En fin, una delicia para los seguidores de Audrey que se luce con el exquisito vestuario de la película. Increíble no haber merecido siquiera una nominación al premio Oscar a mejor actriz. My Fair Lady, es una comedia romántica musical, dirigida con un ritmo majestuoso y musical, es maravillosa y extraordinaria, llena de un encanto magistral e impecable. Realizada de forma espléndida y admirable, y definida de modo excepcional y grandioso por lo que obtuvo el oscar. La fotografía, es vistosa y llamativa por ser alusiva, y por estar llena de colorido. Trabajada de forma hermosa y cautivadora, por sacar lo mejor de unas maravillosas imágenes rica en matices. Y la música, es la banda sonora de nuestra vida de cinéfilo, con canciones sensacionales, encantadoras y melódicas que acompañan la trama de principio a fin, llenas de rimas y alegría. El guión, basado en una obra de teatro, además de sorprendente por su excelente trabajo de adaptación al cine, argumentado de modo interesante y sustancioso por lo que engancha al espectador no solo por la historia en sí, sino también por ser una obra mítica del musical. Y emplea para ello una narrativa clásica, mezclando con acierto lo educado y refinado, con lo ordinario y molesto. Por último, destaco los vestuarios y caracterizaciones en una soberbia dirección artística, que mezcla lo elegante, distinguido y refinado, con lo humilde, pobre y mísero por otro, siendo además, evocador a la época. Unos decorados sugestivos, y como si de una obra de teatro se tratara, tiene planos y movimientos de cámara panorámicos, travellings, avanti y retroceso sobrios y lúcidos en un excelente trabajo técnico.

En definitiva, la considero una obra esencial dentro de los musicales, por ser magistral. Recomendable por su dirección oscarizada, guión, actuaciones oportunas, fotografía, música, vestuarios...como nunca jamás....

 

El film obtuvo 8 merecidos oscar por ser una obra musical inolvidable y digna de elogio, trabajada al detalle y por ser uno de los mejores musicales de la historia del cine.

 

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